Por Gonzalo Núñez*
@nieznu
El lenguaje político ha sido históricamente un elemento fundamental en la construcción del debate público y la formación de consensos. Sin embargo, en la era digital, las redes sociales han generado un nuevo espacio de comunicación caracterizado por la inmediatez, la fragmentación del discurso y la primacía del impacto emocional sobre la profundidad analítica. Este fenómeno ha llevado a que incluso figuras con una gran capacidad retórica y argumentativa adopten un lenguaje simplificado, agresivo y, en muchos casos, descalificador.
En este sentido tenemos dos grandes contendientes en la coyuntura política, el presidente de la Nación Javier Milei y la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lo curioso de todo esto es que Milei, quien se presenta como “un animal de redes sociales” como lo expresó en una entrevista con La Nación debido a que para él son un mecanismo de comunicación directa con la gente, sin necesidad de un intermediario. “Yo manejo mi propio Twitter, mi propio Facebook y mi Instagram”. El presidente interactúa constantemente en las redes sociales, particularmente en X: da alrededor de 200 likes por día. Y, cómo ha dejado claro en varias ocasiones, sus lectores no deberían dudar de que es él quien maneja su cuenta por el lenguaje explosivo que utiliza.
En tanto, en el caso de Cristina Fernández de Kirchner, se evidencia la existencia de argumentaciones lógicas, pasionales y eficaces. La ex presidenta apela, indica, argumenta y convence con firmeza, y hasta usa la emoción con naturalidad. Su afilada mirada de la coyuntura, las bromas, etc. generaron una impronta personal plagada de recursos cuyo estilo fue perfeccionándose a través del tiempo.
Pero de un tiempo hasta aquí su forma de comunicar fue mutando hacia la agresividad que es propia de Milei y no de ella.
El impacto de las redes sociales en el discurso político
Las plataformas digitales han reconfigurado la manera en que los políticos se relacionan con la ciudadanía. La interacción inmediata con los seguidores, la necesidad de captar la atención en pocos segundos y la posibilidad de viralizar mensajes han impulsado la adopción de un estilo comunicativo basado en la confrontación y la simplificación. Este cambio ha sido evidente incluso en líderes políticos que, en otros contextos, han demostrado una capacidad discursiva notable. La reducción de los mensajes a frases cortas, eslóganes y ataques personales ha reemplazado, en muchos casos, los discursos detallados y la argumentación estructurada.
El descenso al barro lingüístico
Uno de los fenómenos más llamativos de esta transformación es la adopción de un lenguaje agresivo y descalificador por parte de figuras que, en otros tiempos, se destacaban por su elocuencia y profundidad discursiva. En busca de relevancia en un ecosistema digital saturado de información, estos líderes han dejado de lado la retórica refinada para adoptar un tono beligerante, en el que el insulto y la ironía mordaz predominan sobre la exposición razonada de ideas. Esta tendencia no solo empobrece el debate público, sino que refuerza la polarización y dificulta la construcción de acuerdos en el ámbito político.
Este es el caso de la expresidenta que pasó que grandes intervenciones en las redes sociales, con la utilización de grandes argumentaciones y citas memorables a escribir en mayúsculas (que significa hablar a los gritos) e iniciar sus posteos con CHE MILEI, y utilizar términos como BURRO, y demás. No es común en ella. Si lo es en Milei.
Consecuencias para la democracia
El deterioro del lenguaje político tiene implicancias profundas en la calidad del debate democrático. La simplificación extrema del discurso y la promoción de la confrontación constante generan una ciudadanía menos informada y más proclive a la radicalización. Además, el uso de la descalificación como estrategia discursiva mina la confianza en las instituciones y en los procesos deliberativos, debilitando los cimientos del sistema democrático.
Es pocas palabras, la degradación del lenguaje en los debates políticos es un fenómeno que merece una reflexión crítica, especialmente en un contexto en el que las redes sociales se han convertido en el principal canal de comunicación política. Si bien estas plataformas ofrecen oportunidades para la participación ciudadana, también presentan desafíos significativos para la calidad del debate público. Es fundamental recuperar un lenguaje basado en la argumentación y el respeto, que permita un diálogo constructivo y una ciudadanía mejor informada.