Por Gonzalo Nuñez* para Radio Ideal
Este miércoles, los jubilados vuelven a las calles, y con ellos, un cóctel de sectores sociales que ya tienen al Gobierno en la mira. Desde sindicatos hasta piqueteros, pasando por hinchas de fútbol y estudiantes universitarios, la marcha promete ser multitudinaria y, por lo visto, incómoda para el oficialismo. ¿El reclamo? Aumentos dignos en las jubilaciones, en un contexto donde la inflación devora los ingresos y el ajuste golpea con fuerza a los más vulnerables.
Pero claro, como era de esperar, desde el Gobierno ya se encendieron todas las alarmas. No porque les preocupe la situación de los jubilados (ojalá), sino porque temen que la manifestación se transforme en un campo de batalla. La ministra de Seguridad, fiel a su estilo, dejó en claro que el protocolo antipiquetes está vigente y no habrá contemplaciones si la protesta se desmadra. Mientras tanto, un juez se negó a suspender dicho protocolo y anunció que irá como “observador” a la marcha. Traducido: el clima está más tenso que nunca.
Por si fuera poco, las universidades públicas también se sumaron al reclamo con un paro de 48 horas. Es decir, los jóvenes y los jubilados, dos sectores históricamente postergados, coincidirán en una misma jornada de lucha. Y ojo, que no estarán solos: ATE, la CTA, la UTEP y otros gremios también confirmaron su presencia, dejando claro que el malestar social no es un chiste.
Ahora bien, ¿qué responde el Gobierno? En lugar de buscar soluciones, eligieron la vieja confiable: demonizar la protesta. La Justicia, presionada, ya abrió investigaciones sobre los incidentes de la última movilización, y encima denunciaron a la jueza Karina Andrade por liberar a los detenidos en aquella jornada. Un claro mensaje de que, para la Casa Rosada, las calles son solo para circular, no para reclamar.
Mientras tanto, la inflación sigue galopando, las jubilaciones se licúan y el Ejecutivo parece más enfocado en reprimir que en gobernar para todos. La pregunta es: ¿se atreverán a cargar con la imagen de ancianos reprimidos por la policía? Porque si algo dejó en claro la última marcha, es que los jubilados no están solos y que la paciencia social tiene un límite.
El miércoles veremos hasta dónde llega ese límite y, sobre todo, hasta dónde está dispuesto a llegar el Gobierno para evitar que la protesta gane aún más fuerza.
Lo más preocupante es que la demonización de la protesta se ha convertido en un pilar de la gestión de Milei. En lugar de asumir que la crisis golpea con más dureza a quienes han trabajado toda su vida y merecen un retiro digno, el gobierno prefiere reducir el reclamo a una mera “movida política”, deslegitimando cualquier manifestación de descontento. Bajo esta lógica, quien sale a protestar es un enemigo del progreso, un obstáculo para el ajuste o, peor aún, un “privilegiado” que no entiende la supuesta necesidad de sacrificio.
Pero si hay algo que la historia ha demostrado es que la estigmatización de la protesta no disuelve los problemas, sólo los agrava. El descontento no se borra con discursos incendiarios ni con represión, y tarde o temprano el gobierno tendrá que decidir si quiere seguir enfrentándose a su pueblo o, por una vez, empezar a escuchar. Porque no hay marketing libertario que pueda tapar la realidad: los jubilados tienen hambre, los trabajadores están asfixiados y la paciencia social no es infinita.
*Periodista, locutor, productor y docente