Por Gonzalo Nuñez* para Radio Ideal
En Reconquista, la sangre de un trabajador volvió a manchar las veredas de una ciudad que se acostumbró peligrosamente al horror. Un remisero fue asesinado a puñaladas en un intento de robo, y la noticia se repite como un eco ya insoportable: otro crimen, otra familia destruida, otro barrio enlutado, y otra vez —como casi siempre— la Justicia que llega tarde, mal o nunca.
Esta vez fue Juan Carlos Martinez, un hombre de 66 años, conocido por todos, que salía cada día a ganarse la vida. Lo mataron brutalmente en la madrugada del jueves 3 de abril, en el barrio La Cortada. Según las primeras investigaciones, habría sido atacado con al menos 12 puñaladas por un joven de 23 años, con antecedentes, que fue detenido tiempo después. Pero más allá del crimen en sí —atroz, doloroso, incomprensible— hay una dimensión que desgarra todavía más: la de una comunidad huérfana de justicia.
El intendente Amadeo Enrique Vallejos lo dijo sin rodeos: “Habilitaron la puerta giratoria y nos dejaron solos”. El mensaje es claro, desesperado. Las instituciones que deberían protegernos están ausentes, o peor aún, son cómplices por omisión. ¿Cuántos más deben morir para que el Estado reaccione? ¿Cuánto vale una vida en Santa Fe?
Lo que estamos presenciando no es un caso aislado, sino una postal repetida de un sistema penal colapsado, de una seguridad pública fragmentada y de una justicia que ha perdido su brújula ética. En Reconquista —como en tantos otros rincones del país— la impunidad no es una excepción, sino una constante. El asesino tenía antecedentes. ¿Por qué estaba libre? ¿Qué parte del sistema falló esta vez? ¿Y cuántas veces más deberá fallar antes de que digamos basta?
Cada crimen no resuelto, cada libertad concedida sin control, cada expediente que duerme en un juzgado es una bofetada a las víctimas y una invitación al delito. Y en el medio, quedamos nosotros: los que trabajan, los que esperan que sus hijos lleguen a casa, los que creen que aún vale la pena respetar la ley. Pero ¿cómo confiar en un sistema que no protege, que no previene y que ni siquiera castiga?
El crimen del remisero es un espejo brutal. Refleja una sociedad que ya no sabe si salir a la calle, una ciudad donde el miedo se volvió rutina, y una provincia donde la justicia parece una idea cada vez más lejana. No es solo un problema de policías o jueces: es una estructura rota, donde la falta de políticas integrales, la connivencia con el delito y la desidia institucional construyen un cóctel de desesperanza.
La orfandad que deja la injusticia no se mide solo en lágrimas o en velorios, sino en la lenta erosión de nuestra confianza en lo común. Hoy fue Juan Carlos . Mañana, cualquiera de nosotros.
¿Hasta cuándo?
*periodista, locutor, productor y docente