Cómo se construye un enemigo político ausente pero funcional
Por Gonzalo Núñez para Radio Ideal
Desde dirigentes libertarios hasta radicales, todos coinciden en un punto: “hay que terminar con el kirchnerismo”. Lo curioso es que el kirchnerismo no gobierna ni a nivel nacional ni en muchas provincias desde hace años. ¿Por qué sigue funcionando como enemigo central? ¿Qué oculta este discurso repetido hasta el cansancio?
El enemigo necesario
En cada acto, en cada campaña, en cada discurso encendido, aparece el mismo estribillo: hay que terminar con el kirchnerismo. Javier Milei lo señala como el origen de todos los males. José Luis Espert lo describe como un “país villa miseria lleno de zombis”. Manuel Adorni hace campaña enfrentando a ese espectro. Mauricio Macri lo equipara con decadencia, atraso y autoritarismo. Y en provincias como Chaco, Santa Fe y Formosa, dirigentes locales se alían “para evitar su regreso”, como si se tratara de una fuerza omnipresente que está al acecho.
Pero la realidad es muy distinta.
¿Quién gobierna, quién no?
Desde 2015, el kirchnerismo –como corriente política autónoma– no detenta el poder pleno en la Casa Rosada. Incluso durante la presidencia de Alberto Fernández (2019-2023), la figura de Cristina Fernández de Kirchner actuó más como componente simbólico y decisivo en momentos puntuales, pero no como líder de un bloque homogéneo. A nivel provincial, el panorama es más claro aún:
-
En Chaco, el actual gobernador Leandro Zdero (UCR) ha sellado alianzas con libertarios contra un kirchnerismo que no gobierna hace años.
-
En Santa Fe, Maximiliano Pullaro (también radical) afirma liderar un frente “anti K”, aunque su predecesor, Omar Perotti, no se identificó con el kirchnerismo duro.
-
En Formosa, Gildo Insfrán gobierna desde hace décadas con una lógica localista que poco tiene que ver con las internas nacionales del peronismo.
Y entonces, ¿dónde está ese kirchnerismo que tantos dicen combatir?
El significante vacío
Lo que en su momento fue una corriente con liderazgo definido, políticas reconocibles y un núcleo ideológico fuerte, hoy se ha convertido en un significante vacío. El “kirchnerismo” ya no designa solo una etapa de gobierno o una línea interna del peronismo, sino una zona de lo negativo: lo viejo, lo corrupto, lo que hay que destruir. Es el otro necesario que permite que diversas fuerzas políticas se agrupen sin necesidad de compartir ideas ni programas.
Como bien lo refleja el título de La Nación, se ha construido un “cordón sanitario contra el kirchnerismo”. Una frontera moral más que política. Un relato que permite cohesionar alianzas que, sin ese enemigo común, difícilmente podrían explicar su convivencia.
Lo que se oculta
Mientras se repite hasta el hartazgo que “el país fue destruido por el kirchnerismo”, se invisibiliza el presente. Hoy gobierna Javier Milei. En la mayoría de las provincias gobiernan el radicalismo, el PRO o espacios libertarios. La inflación, la pobreza, la recesión y la desregulación brutal no se explican por políticas K. Pero resulta más cómodo señalar fantasmas que rendir cuentas.
La repetición constante de esta narrativa también sirve para vaciar de sentido el debate público. Si todo es culpa del kirchnerismo, no hace falta explicar qué políticas se van a aplicar ni cómo se van a resolver los problemas estructurales del país. Se construye así un enemigo que permite la inacción: mientras se lucha contra “el pasado”, se deja en suspenso el presente.
Un país sin brújula
Este uso político del kirchnerismo como chivo expiatorio dice más del presente que del pasado. Muestra una dirigencia que necesita enemigos más que proyectos, slogans más que ideas, épica más que gestión. Y un electorado cada vez más confundido, al que se le ofrece una batalla cultural en lugar de soluciones concretas.
Quizás haya llegado el momento de preguntarnos: ¿qué pasa si dejamos de hablar del kirchnerismo como palabra maldita y empezamos a hablar, de una vez por todas, de la Argentina real?
GONZALO NUÑEZ
Periodista,locutor, productor y docente