Por Gonzalo Núñez* para Radio Ideal
“No odiamos lo suficiente a los periodistas”. La frase, repetida con insistencia por Javier Milei como un mantra, no es un exabrupto. No es un chiste. No es una provocación suelta al pasar. Es una línea editorial. Una política comunicacional. Un mensaje claro desde la cima del poder hacia abajo: odiar al periodismo es parte del plan.
En cualquier democracia más o menos decente, un presidente que promueve el odio explícito hacia una profesión entera —una de las que garantizan el derecho a la información, dicho sea de paso— debería generar alarma. Pero en Argentina estamos corriendo la vara a niveles preocupantes. Porque no se trata solo de palabras. Se trata de intimidaciones directas, ataques sistemáticos y una narrativa violenta que baja desde la cuenta oficial del Presidente, se reproduce en sus funcionarios (como Luis y Santiago Caputo) y se propaga en sus seguidores como si fuese doctrina oficial.
Que Milei tenga problemas con las críticas no es novedad. Pero lo que se viene viendo en los últimos meses es otra cosa. Es una campaña de odio deliberada. Un señalamiento constante, público y peligroso. Un intento de poner al periodismo en el banquillo de los acusados. Y no hablamos de debates duros ni de tensiones normales entre poder político y prensa.
Hablamos de un presidente que repite sin pudor que “la gente no odia lo suficiente a los periodistas”. Una y otra vez. En entrevistas, en redes, en actos. Como si eso fuera parte de una épica, de una guerra santa contra el periodismo. Como si la verdad fuera un enemigo a vencer.
En este clima, no sorprende que fotógrafos sean intimidados por funcionarios. Que los medios sean atacados públicamente con nombre y apellido. Que periodistas como Carlos Pagni sean blanco constante del presidente. Que se naturalice la idea de que el periodismo debe desaparecer, como dijo el ministro de Economía Luis Caputo. Lo que sí sorprende —o duele— es el silencio cómplice de sectores que deberían estar escandalizados. Y no lo están.
¿Desde cuándo la prensa libre se convirtió en un obstáculo? ¿Desde cuándo la crítica es sinónimo de conspiración? ¿Desde cuándo se admite con tanta liviandad que el Estado promueva el odio? Milei no discute ideas. No rebate argumentos. Elige algo más cómodo: sembrar odio. Hacer del insulto un programa de gobierno. Y eso, más allá de ideologías, es un peligro para todos.
Porque cuando el poder señala, el fanatismo actúa. Y cuando el presidente de un país le dice a su pueblo que hay que odiar a un sector entero de la sociedad, lo que está haciendo no es una provocación. Es incitación.
Y en nombre de la libertad, lo que Milei está sembrando es miedo. Y el miedo nunca fue libertad: fue dictadura disfrazada de rebelión.
*Periodista, locutor, productor y docente