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¿“Provincias Unidas” puede salvar al peronismo o es el último eco de su crisis?

Redactado

Por Gonzalo Núñez* para Radio Ideal

“Provincias Unidas” irrumpió en la escena política con fuerza mediática y territorial: gobernadores del interior, apoyados por cientos de intendentes, decidieron construir un frente electoral alternativo que busca diferenciarse tanto de Milei como del kirchnerismo. En los papeles, se presenta como una rebelión moderada, un espacio productivista y descentralizado que pretende poner al interior en el centro del tablero. Pero la pregunta que atraviesa a la política nacional es otra: ¿este armado puede salvar al Partido Justicialista de su crisis existencial o simplemente confirma su descomposición?

El peronismo fue, durante décadas, el cemento de la política argentina. Articulaba sindicatos, movimientos sociales, gobernadores, intendentes y una narrativa nacional-popular que, con sus variantes, lo mantuvo como fuerza hegemónica.
Hoy, esa maquinaria está en ruinas. Cristina Kirchner no construyó sucesores capaces de heredar su liderazgo; el albertismo se evaporó sin dejar rastro; Sergio Massa quedó atrapado entre la derrota y la impotencia; y los gobernadores, cansados de un centro de poder ausente, decidieron tomar el mando de sus propios destinos.

“Provincias Unidas” es, en este sentido, menos un proyecto de unidad que un grito de supervivencia. Pullaro, Llaryora, Torres, Sadir y Vidal, entre otros, no son caudillos ideológicos sino administradores pragmáticos que buscan blindar sus provincias frente al ajuste libertario y el abandono de Nación. No apelan a banderas históricas del PJ, sino a una narrativa difusa: producción, trabajo, federalismo. Conceptos amplios que sirven para juntar voluntades pero que carecen de la densidad simbólica que alguna vez definió al peronismo.

El problema de fondo es que este frente no reconstruye al PJ, sino que lo reemplaza. En muchos distritos, los intendentes justicialistas terminan integrados en listas que ya no hablan de peronismo, sino de “unidad federal”. La marca PJ, otrora invencible, se esconde debajo de nuevos sellos que intentan despegarse del kirchnerismo sin quedar pegados al experimento libertario. En términos de marketing político, se trata de una operación de rebranding: borrar el logo quemado y relanzar el producto con otro envase.

Pero la política no se reduce al envase. “Provincias Unidas” exhibe, apenas nacido, las tensiones que lo atraviesan: fracturas en CABA y PBA, disputas por el armado nacional, roces entre radicales y peronistas. ¿Puede un frente con tal heterogeneidad convertirse en el nuevo refugio del peronismo? Difícil. Porque más allá de los gestos de unidad, lo que subyace es la fragmentación: cada gobernador defiende su feudo, cada intendente busca su supervivencia, cada líder mide su propio posicionamiento.

En este mapa, los intendentes del norte santafesino ocupan un lugar clave. Con municipios que sufren la falta de infraestructura, el abandono productivo y una creciente conflictividad social, se han transformado en actores con una fuerte legitimidad local. Su decisión de sumarse al armado de Provincias Unidas no responde a convicciones ideológicas profundas, sino a la urgencia de garantizar recursos y visibilidad en un esquema político que suele olvidar al interior profundo. Lejos de la rosca de Buenos Aires, entienden que su supervivencia depende de insertarse en un frente que promete mayor federalismo y reparto de fondos.

El problema es que estos intendentes llegan con demandas concretas —obras, asistencia social, empleo local— mientras que “Provincias Unidas” todavía se mueve en slogans amplios. Si el frente no logra traducir esas consignas en políticas tangibles, el acompañamiento del norte santafesino puede terminar siendo un apoyo circunstancial y no un compromiso real. El PJ supo, en otro tiempo, articular a estos territorios con una narrativa de movilidad social ascendente. Hoy, esos mismos dirigentes se mueven entre la necesidad y el oportunismo, sin un proyecto de país al cual enganchar sus expectativas.

Si el PJ histórico fue un paraguas nacional que daba sentido y disciplina, “Provincias Unidas” parece más un archipiélago de liderazgos locales unidos por la necesidad coyuntural. Un frente útil para negociar recursos y disputar poder, pero insuficiente para devolverle al peronismo una identidad colectiva.

En definitiva, “Provincias Unidas” no salva al Partido Justicialista: certifica que su ciclo histórico entró en fase terminal. Podrá contener gobernadores, sumar intendentes y ordenar candidaturas en el corto plazo, pero difícilmente devuelva al peronismo su rol de columna vertebral de la política argentina. Lo que vemos hoy no es el renacimiento de un movimiento, sino la fragmentación de su herencia.

El peronismo no desaparece: muta, se diluye, se enmascara bajo nuevos nombres. El problema es que, al hacerlo, deja de ser peronismo. “Provincias Unidas” puede convertirse en una fuerza con peso territorial, incluso en un actor decisivo frente a Milei y al kirchnerismo. Pero no es el salvavidas del PJ. Es, más bien, el último eco de un grito que alguna vez fue nacional y popular, y que hoy apenas resuena, disperso, en las provincias.

El futuro del peronismo no se juega en los discursos de los gobernadores ni en la ingeniería electoral de nuevos frentes, sino en su capacidad de recuperar un proyecto de nación que vuelva a interpelar a las mayorías. Si “Provincias Unidas” se limita a ser un refugio táctico para la dirigencia, el PJ seguirá hundiéndose en su crisis histórica. Si logra reconstruir un horizonte colectivo —algo que hoy parece lejano— quizás pueda evitar convertirse en un simple recuerdo.

 

 

 

 

 

Gonzalo Núñez

*Periodista, locutor, productor y docente

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